Demonia es una breve colección de cuentos de terror que pretenden recorrer, según se lee en la contra portada del libro, “el amplio espectro de nuestras pesadillas y temores más arraigados”. Me parece que tal aseveración genera altas expectativas sobre el contenido y, para mi gusto, al final uno no puede evitar pensar: ¿Ya? ¿Eso fue todo el miedo?
Sin embargo, hay algo digno de señalar y de agradecer en estos cuentos: no hay zombies ni vampiros ni alienígenas ni ningún otro monstruo perseguidor de la raza humana con apremiantes necesidades alimenticias o en viaje de estudios antropológicos. En estos relatos el miedo, poco o mucho, sale de algo más elemental, más primitivo: la imaginación del lector, hábilmente conducida por la historia y luego desbocada por la ambigüedad intencional de su final.
En Demonia las historias empiezan con elementos rutinarios, banales, para luego irse volviendo algo cada vez más oscuro, con la aparición lenta pero persistente de “el mal” que se cierne como condición natural e ineluctable del entorno; una especie de cemento que mantiene unido el relato y le da solidez, pero que, como embudo, lo dirige hacia una única salida cuyo final desemboca en un hecho ambiguo desconcertante que deja abierta la puerta a la especulación del lector, a partir de una interpretación que estará basada en su imaginación y en los miedos que ésta despertó. No es un miedo a lo que leímos que pasó, sino a lo que suponemos que ocurrió.
Para mi gusto, el relato que mejo logra dicho efecto es el del espeleólogo “A donde voy siempre es de noche”. No es la historia en sí -que por sí misma es buena, bien escrita y no tiene un final que se sienta tirado de los cabellos-, es lo que creemos de ella lo que la vuelve aterradora. ¿De verdad era sangre seca lo que estaba en el piolet o sólo barro? ¿Iba en la mochila la cabeza del espeleólogo número uno? ¿Quién puede comprobar semejante historia si alguien se atreve a contarla? Este relato me gusta porque, de alguna manera, rompe la cuarta pared con el lector al decirle de manera directa que lo que leemos “puede ser una de esas historias que la gente cuenta en la carretera o en torno a una fogata”. Me resulta tan fascinante porque “siempre es más interesante toparse con un asesino que con un mentiroso”… o con un buen cuentacuentos.
Los otros cuentos no tienen esa maestría; sus finales se sienten falsamente neblinosos, como forzados para que encajen en un relato que no es el suyo: la mosca que sale volando del eructo del psiquiatra en “Moscas”, la tuerta de la fotografía en “El manuscrito…”, el sargento Gutiérrez mandando cerrar el búnker de cemento por si las dudas, o peor aún, la demonia con instintos maternales que inmola a todo el mundo menos a las cuatro personas que fueron testigo de la posesión satánica que protagonizó 20 años atrás…
No obstante lo anterior, me parece que Demonia resulta en general un buen conjunto de historias entretenidas sin más pretensiones que ayudarnos a pasar el rato con un poco de miedo.
Referencia:
Esquinca, B. (2011). Demonia. Primera edición. Oaxaca, México: Editorial Almadía.
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