Leía yo un post de la maestra Petra Llamas sobre la nomofobia y la adicción a los celulares en los jóvenes de hoy en día; me gustó porque pone de manifiesto una realidad punzante en centros de trabajo, espacios de entretenimiento o aulas: todo el mundo desea estar conectado todo el tiempo, y el mejor modo de conseguirlo es a través de su teléfono “inteligente”. Pero también evidencia el choque cultural de las generaciones, las que son poco o moderadamente digitales y las que lo son mucho.
Comparto con la maestra Llamas la preocupación de ver que nuestros jóvenes no tienen un buen sentido de la oportunidad ni mucho menos son capaces de diferenciar las prioridades de una circunstancia especial en un momento determinado. Quizá sea culpa de la inmediatez de la vida on-line que todo lo hace igual de urgente y todo se atiende al momento, aunque también es sin duda una clara evidencia de una adicción; ahí, aparentemente, hay algo psicoemocional que no funciona bien en estas personas y las hace codependientes de una vida virtual que, por asidua, interfiere realmente con su vida real.
Ese fenómeno lo veo cotidianamente en mis estudiantes: están en clase y constantemente quieren checar su teléfono, responder una llamada o un mensaje de texto, salen del aula y lo primero que hacen es ver su aparato, van por los pasillos con su celular en la mano, chocando con otros alumnos zombies que caminan sin fijarse por donde van, igual que ellos; si comen en la cafetería, tienen su dispositivo al lado, si trabajan en la biblioteca o en el laboratorio, igual. Su vida transcurre pegada al dispositivo. Y cuando se les pide que no lo usen en clase a menos que se requiera para una actividad de aprendizaje, se sorprenden de verdad.
Sin embargo, me pregunto también cómo verá un joven de esa generación la situación y si para él sería tanto o menos grave interrumpir constantemente una importante entrevista de trabajo por responder a mensajes de WhatsApp... menos grave, supongo. Si en todos sus aspectos cotidianos transcurren a la par que la consulta constante al dispositivo móvil, ¿por qué no esperar que el entrevistador atienda también a su celular?
A mi parecer la cuestión no es sólo de adicciones, es también un asunto de sociología contemporánea. De jóvenes con escalas de valores que cambiaron rápidamente y no se adaptan ya a las de sus mayores en la generación inmediata anterior. La vida digital intensa de los jóvenes es sólo un aspecto del rompimiento disruptivo con la continuidad cultural de sus padres, maestros y empleadores. ¿No es éste un caso como los que mencionan Baudrillard y Lipovetsky de ejemplo de la nueva individualización de la posmodernidad?
“Tempus fugit” suele decirse; hoy más que nunca es verdad para las generaciones digitales protagonistas de estos tiempos posmodernos.
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