viernes, 5 de abril de 2019

Un mundo feliz




No había caído a la cuenta en qué tanto Facebook se ha convertido en El Mundo Feliz de Huxley y en la Matrix de Neo.

En Facebook la gente es desenfadada, saludable, come rico, hace deporte, ama mucho, comparte belleza, usa tecnología digital avanzada; la vida -su vida- es un goce ilimitado… y la envidia de sus seguidores. Se vive una ilusión virtual y colectiva de felicidad. La denuncia de la guerra, la pobreza, la crueldad, el hambre, la injusticia, la explotación animal han sido erradicados de un feroz tecladazo de “Delete”. Tampoco corre mejor suerte la crítica intelectual o el periodismo de investigación. Aquí todos son felices y todos velan porque así siga siendo, sin que nada perturbe tanta dicha. Ver hacia fuera no es recomendable.

La censura existe en Facebook, tanto de parte de los administradores de la plataforma como de las buenas almas que buscan “proteger” a la comunidad. En el primer caso, los algoritmos que manejan los contenidos luchan contra los posteos hostiles y de odio digital (y ahora también con los asesinatos y suicidios cometidos en vivo y en directo con la opción del video streaming), haciendo que cierto tipo de información sea más visible, en detrimento de otra que queda más oculta, cuando no directamente vetada por juzgarse “inapropiada”, como ocurrió, por ejemplo, con los que quisieron denunciar la matanza de focas por parte de los pescadores canadienses, el ataque con gas tóxico en Siria o los migrantes africanos ahogados, que fueron suprimidos inmediatamente. Pero también se llega a ridículos como el que le ocurrió al museo parisino de pintura del Jeu de Paume, que le cancelaron su cuenta por mostrar el cuadro de una mujer desnuda, o al Museo de Historia Natural de Viena por mostrar los pétreos pezones de la Venus de Willendorf. Evidentemente, la tarea de distinguir entre la libertad de expresión, el arte y las publicaciones consideradas inapropiadas u ofensivas es compleja; problemas de la globalización.




Pero “las buenas conciencias” de la red también tienen su parte. Velan porque se publique lo correcto, lo bonito. Los usuarios de Facebook son reacios a aceptar puntos de vista discrepantes a los suyos y prefieren interactuar con quienes les demuestran su acuerdo, no con quienes los confrontan o contradicen. Es preferible tomar un “soma” de gatitos a ver cómo maltratan a unos terneros camino del rastro.

Es mejor hablar de lo que gana muchos likes que perder “amigos”.

Resulta contradictorio descubrir que un medio concebido para la expresión libre y el debate se esté convirtiendo en un espacio donde los usuarios mismos censuran ciertos temas, ciertas imágenes, o rechazan hablar de cuestiones que consideran incómodas o políticamente incorrectas. Así, el opinar en contra del trabajo escénico de un actor afamado, aplaudir la idea de tener un vuelo de avión libre de niños, condenar los destrozos de una marcha feminista o denunciar el abuso animal de un afamado chef levanta instantáneamente oleadas de reclamos por insensibilidad e incorrección. Facebook no es sitio para compartir información de lo que no es bien visto por la sociedad de usuarios que busca sumergirse en su Matrix para evadir el crudo “allá afuera”.

La peor parte llega cuando uno mismo decide no hacer una publicación, la autocensura por el miedo (o al menos la incomodidad) de saber que lo que se dice va a fastidiar a alguien y a levantar reclamos. ¿Qué está pasando en las redes sociales cuando una persona decide no hacer pública su opinión porque podría resultar políticamente incorrecta? De nuevo aparece el “barniz de lo correcto” que debilita la libertad de expresión y la diversidad de opinión.

Como bien señala Diego Rivera, director de estrategia y creatividad de la agencia española Best!: ¿En qué momento decidimos que toda opinión, comentario o comunicación hecha pública debía ser del agrado de todos? No podemos gustar a todo el mundo; y eso no es malo. Debemos reservarnos el derecho a la discrepancia; y eso es esencial.

Wake up Neo
The Matrix has you…

El periodista español Daze dice que las redes sociales se han adentrado con paso firme  en el mundo de lo efímero y lo cómodo. De manera similar al mundo que crea Huxley, para asegurar la felicidad en Facebook, a sus integrantes se les manipula, su libertad de elección y de expresión se reduce y se “desincentiva” el ejercicio intelectual que señala y critica.

Pero como dice el Sr. Salvaje de “Un mundo feliz”:
— Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero un dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
— En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
— Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono de reto—. Reclamo el derecho a ser desgraciado.

Si la participación en Facebook implica sólo la vía de la felicidad aséptica, yo también reclamo el derecho a ser desgraciado.



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