No había caído a la cuenta en qué tanto Facebook se ha convertido en El Mundo Feliz de Huxley y en la Matrix de Neo.
En Facebook la gente es desenfadada, saludable, come rico, hace deporte, ama mucho,
comparte belleza, usa tecnología digital avanzada; la vida -su vida- es un goce
ilimitado… y la envidia de sus seguidores. Se vive una ilusión virtual y
colectiva de felicidad. La denuncia de la guerra, la pobreza, la crueldad, el
hambre, la injusticia, la explotación animal han sido erradicados de un feroz
tecladazo de “Delete”. Tampoco corre mejor suerte la crítica intelectual o el
periodismo de investigación. Aquí todos son felices y todos velan porque así
siga siendo, sin que nada perturbe tanta dicha. Ver hacia fuera no es
recomendable.
La censura existe en Facebook, tanto de parte de los administradores
de la plataforma como de las buenas almas que buscan “proteger” a la comunidad.
En el primer caso, los algoritmos que manejan los contenidos luchan contra los
posteos hostiles y de odio digital (y ahora también con los asesinatos y
suicidios cometidos en vivo y en directo con la opción del video streaming),
haciendo que cierto tipo de información sea más visible, en detrimento de otra
que queda más oculta, cuando no directamente vetada por juzgarse “inapropiada”,
como ocurrió, por ejemplo, con los que quisieron denunciar la matanza de focas
por parte de los pescadores canadienses, el ataque con gas tóxico en Siria o
los migrantes africanos ahogados, que fueron suprimidos inmediatamente. Pero
también se llega a ridículos como el que le ocurrió al museo parisino de
pintura del Jeu de Paume, que le cancelaron su cuenta por mostrar
el cuadro de una mujer desnuda, o al Museo de Historia
Natural de Viena por mostrar los pétreos pezones
de la Venus de Willendorf. Evidentemente, la tarea de distinguir entre
la libertad de expresión, el arte y las publicaciones consideradas inapropiadas
u ofensivas es compleja; problemas de la globalización.
Pero “las buenas conciencias” de la red también tienen su parte. Velan
porque se publique lo correcto, lo bonito. Los usuarios de Facebook son reacios a aceptar puntos de vista
discrepantes a los suyos y prefieren interactuar con quienes les demuestran su
acuerdo, no con quienes los confrontan o contradicen. Es preferible tomar un
“soma” de gatitos a ver cómo maltratan a unos terneros camino del rastro.
Es mejor hablar de lo que gana muchos likes que perder
“amigos”.
Resulta contradictorio descubrir que un medio concebido para la
expresión libre y el debate se esté convirtiendo en un espacio donde los
usuarios mismos censuran ciertos temas, ciertas imágenes, o rechazan hablar de
cuestiones que consideran incómodas o políticamente incorrectas. Así, el opinar
en contra del trabajo escénico de un actor afamado, aplaudir la idea de tener
un vuelo de avión libre de niños, condenar los destrozos de una marcha
feminista o denunciar el abuso animal de un afamado chef levanta
instantáneamente oleadas de reclamos por insensibilidad e incorrección. Facebook no es sitio para compartir información
de lo que no es bien visto por la sociedad de usuarios que busca sumergirse en
su Matrix para evadir el crudo “allá
afuera”.
La peor parte llega cuando uno mismo decide no hacer una publicación, la
autocensura por el miedo (o al menos la incomodidad) de saber que lo que se
dice va a fastidiar a alguien y a levantar reclamos. ¿Qué está pasando en las
redes sociales cuando una persona decide no hacer pública su opinión porque
podría resultar políticamente incorrecta? De nuevo aparece el “barniz de lo
correcto” que debilita la libertad de expresión y la diversidad de opinión.
Como bien señala Diego Rivera,
director de estrategia y creatividad de la agencia española Best!:
¿En qué momento decidimos que toda opinión, comentario o comunicación hecha
pública debía ser del agrado de todos? No podemos gustar a todo el mundo; y eso
no es malo. Debemos reservarnos el derecho a la discrepancia; y eso es
esencial.
“Wake up Neo
The Matrix has you…
El periodista español Daze dice que las
redes sociales se han adentrado con paso firme en el mundo de lo
efímero y lo cómodo. De manera similar al mundo que crea Huxley, para asegurar
la felicidad en Facebook, a sus integrantes se les manipula, su
libertad de elección y de expresión se reduce y se “desincentiva” el ejercicio
intelectual que señala y critica.
Pero como dice el Sr. Salvaje de “Un mundo feliz”:
— Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero un dios, quiero poesía, quiero
peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
— En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser
desgraciado.
— Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono de reto—. Reclamo el
derecho a ser desgraciado.
Si la participación en Facebook implica sólo la vía de la felicidad aséptica, yo también reclamo el
derecho a ser desgraciado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario