lunes, 29 de abril de 2019

Profesores peleados con la innovación




“No hay cosa más ardua de manejar, ni que se lleve a cabo con más peligro, ni cuyo acierto sea más dudoso, que el obrar como jefe para dictar estatutos nuevos, pues tiene por enemigos activísimos a cuantos sacaron provecho de los estatutos antiguos, y aun de los que puedan sacarlo de los recién establecidos, que suelen defenderlos con tibieza suma; tibieza que emana de la desconfianza que los hombres ponen en las innovaciones, por buenas que parezcan, hasta que no hayan pasado por el tamiz de la experiencia sólida.”

Nicolás Maquiavelo, “El Príncipe”.





Como encargado de la innovación educativa de mi campus, entre mis funciones estuvo el impartir cursos de actualización a mis colegas docentes en temas como el nuevo mobiliario en el aula, manejo de los pizarrones digitales, uso de iPads para el aprendizaje, salones para la experimentación didáctica, enfoques didácticos como el aprendizaje combinado o el aprendizaje móvil, entre otros; y no deja de sorprenderme que en cada curso, taller o seminario que imparto hay siempre un profesor peleado con el cambio y enemigo de introducir innovaciones en su forma de dar la clase. Nunca falta un maestro que se escandaliza con las propuestas y hay incluso algunos exagerados que llegan a tomarse estos planteamientos de cambio como una afrenta personal a su forma de docencia.

Mi colega y amiga Genoveva Flores, una humanista entusiasta de las innovaciones en materia de docencia y tecnología educativa, suele referirse a este fenómeno como un “síndrome de Peter Pan académico”: el profesorado se niega a crecer psicológica y profesionalmente porque está convencido de que lo que hace lo hace muy bien así que ¿para qué cambiarlo?, porque de esta manera tiene todo el control del proceso de enseñanza-aprendizaje, lo que lo pone en el centro de la acción haciéndolo el protagonista, pero también porque en el fondo tiene una gran inseguridad hacia lo nuevo que tiene que hacer o aprender (o lo que debe de desaprender) y no se siente capaz.

Las fuentes de oposición de estos profesores son muy variadas, ya que casi cualquier propuesta de cambio suele incomodarlos. No obstante sus quejas pueden agruparse en dos categorías básicas: los métodos didácticos y la tecnología educativa. En el primer rubro, los enfoques que desplazan el papel del maestro en beneficio de una educación centrada en el alumno (Flipped Classroom) o que le dan a la clase un cariz lúdico que rompe con el estricto desarrollo de una cátedra (Gamificación)  son los que más se atacan. En la segunda categoría el enemigo principal es el dispositivo móvil, al que se ve como el gran elemento distractor en lugar de aprovecharlo como una herramienta pedagógica. El uso de aplicaciones educativas, redes sociales o software especializado produce el mismo efecto a pesar del potencial que encierran.

En otras profesiones, como la medicina o la ingeniería, los cambios son frecuentes y sus practicantes buscan conocerlos en cuanto surgen y aplicarlos para estar a la vanguardia, pero en la educación esto ocurre difícilmente y después de un lapso más o menos largo de negociación. El “cambio” –como concepto abstracto de un ideal- es algo que atrae al profesorado, pero pierde su atractivo cuando implica que él cambie.  Peter Drucker, en su Análisis del cambio educativo, dice que los docentes son naturalmente desconfiados de los cambios, que adoptan siempre una postura reservada hacia cualquier innovación porque primero tienen que verla como “necesaria”.

Ahí está el quid de la cuestión.

La necesidad de cambiar es algo que no siempre se percibe claramente desde las aulas, en donde el trabajo suele transcurrir de manera similar, periodo tras periodo con el mismo tipo de alumnado. Pero esto es sólo en apariencia. La ANUIES  ya lo señala en su Documento estratégico para la innovación en la educación superior, donde hace un llamado al profesorado a hacerse sensible a los tiempos que corren y que reconozca los signos que está demandando la educación en este siglo: globalización, uso de las TIC, virtualización, valor estratégico del conocimiento, conectivismo, nuevos actores educativos en el escenario, innovación de los programas académicos y de la práctica docente. Por no hablar del perfil del alumnado el cual ha cambiado drásticamente en los últimos 10 años: cada vez más disperso, constantemente conectado a la web, trabajando a partir de sus intereses o motivaciones y a través de herramientas digitales, prefiriendo los ambientes lúdicos, opinando y negociando constantemente.

¿Cómo es que esas características no se reconocen en el día a día del trabajo en la clase? ¿Por qué esos profesores que tanto reclaman en mis cursos de innovación no están dispuestos a verlo? En el sistema educativo la reticencia al cambio es una característica innata. Por eso Álvaro González Alorda suele decir que poner a hacer innovación educativa a los docentes es tan fácil como poner gatos a desfilar.

A propósito de esta reserva Yolanda Heredia comenta en Innovación educativa a través del uso estratégico de las TIC que aunque se tengan formas probadas para alcanzar las metas académicas siempre podrá encontrarse una mejor forma de hacerlo, una innovación, dando la posibilidad al sistema educativo de evolucionar para mejorar; pero para ello es requisito indispensable que esa mejoría se valore y valide por un conjunto de personas, mientras más amplio, mejor; eso supone que tenga que pasar por una evaluación que la reconozca –precisamente- como necesaria... o como una “experiencia sólida”, según decía Maquiavelo. De ahí que sea tan difícil incorporarla y hacerla duradera.

En este proceso el problema es el tiempo que se toma. En pleno siglo XXI la sociedad modifica sus ritmos vitales con gran dinamismo, impulsando su desarrollo de manera vertiginosa. Nunca antes fue más cierto aquello de que “la única constante es el cambio” que hoy en día y la educación no puede quedarse al margen de este fenómeno. Este contexto exige una creación constante de entornos tecnológicos y enfoques didácticos para mejorar el aprendizaje, trayendo como consecuencia una evolución en los modelos educativos que buscan adaptarse al acelerado ritmo en el que les toca actuar. De ahí que los docentes en todo el mundo necesiten acoplarse rápida y eficientemente a estos estándares cambiantes concibiendo, planeando e implementando acciones educativas en contextos que requieren nuevos enfoques didácticos y el manejo asertivo de las TIC.

Hay profesores que reconocen esta necesidad y buscan poner manos a la obra. Pueden ser pioneros, descubriendo las novedades y abriendo brecha; también pueden ser  innovadores tempranos, los que distinguen el valor de una innovación y la adoptan, siendo ejemplo para una mayoría innovadora que acepta el cambio cuando éste ya ha sido probado y verificado (¿les suena conocido?). Así mismo siempre habrá innovadores rezagados, quienes adoptarán un cambio hasta que se vean forzados a hacerlo, e incluso también existirán los refractarios que nunca adoptarán una innovación porque no reconocerán que haya necesidad de hacerlo. Para estos dos últimos grupos el juego de roles puede traer aparejado un riesgo.

Como solía decir mi antiguo jefe, Juan López Díaz, haciendo un juego de palabras: “O cambias con el cambio, o el cambio te cambia”. O te vas adaptando a las modificaciones que se suceden una tras otra, o ellas terminarán por cambiarte, pero de lugar. Este cambio impetuoso que se está viviendo es como un tsunami que ya llegó a las aulas de todos los niveles académicos y está modificando las formas y los fondos del proceso de aprendizaje.

Por tanto, digo yo, ¿no sería mejor reconocer esta ola y subirse a su cresta para avanzar con ella en lugar de dejar que nos pase por encima y nos revuelque?



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