Me permito reproducir a continuación algunos fragmentos de un artículo de Javier Salas, publicado en la sección de Ciencia de la edición digital del diario El País del 16 de abril de 2019.
Me interesó porque pone en blanco y negro algo que yo ya había pensado también: que el exceso de información en el que vivimos nos satura y nos resta capacidad de atención hacia los eventos trascendentales de la sociedad y de la cultura.
Uno de los creadores de Twitter, Ev Williams, está convencido de que el actual ritmo de consumo de información está "atontando a todo el mundo". Los medios que ofrecen titulares minuto a minuto, alertas de última hora con una sandez que ha tuiteado un político, la oferta inabarcable de contenidos que solo sirven para explotar nuestras debilidades, notificaciones insaciables demandando nuestra atención... un ecosistema informativo que se acelera, nos atosiga y no nos deja pensar [...] estamos perdiendo capacidad de atención como sociedad. Cada vez tenemos menos tiempo para reflexionar sobre el último libro, la última película, la última noticia, y lo devoramos con avidez para pasar al siguiente plato del menú sin hacer la digestión.
Muchos sociólogos y pensadores han teorizado sobre está aceleración de la conversación pública, que provoca que el debate sea cada vez más fragmentado y superficial. Un libro tarda menos en convertirse en un éxito y cae en el olvido mucho más rápido que hace años. Una película llega antes a cifras récord en taquilla, pero dura menos en cartelera que hace un par de décadas. Una etiqueta de éxito en Twitter se evapora mucho antes que hace un lustro. Un equipo de científicos europeos ha observado todos estos fenómenos: los ciclos colectivos de consumo de contenidos informativos y culturales se están reduciendo y precipitando por una pendiente que reduce la atención colectiva.
"Producir y consumir más contenido da como resultado un acortamiento de la capacidad de atención para temas individuales y ritmos de rotación más altos entre los elementos culturales populares. En otras palabras, la competencia siempre presente por la actualidad y la abundancia de información lleva a comprimir más temas en los mismos intervalos de tiempo como resultado de las limitaciones de la atención colectiva disponible" (Lorenz-Spreen et al., 2019).
Ahogada bajo el tsunami de [los] estímulos, la sociedad cada vez tiene menos neuronas disponibles para analizar lo que consume, recibe y conoce.
¿A qué nos lleva todo esto? A una indigestión de información. Y como en toda indigestión, las cosas terminan por no ser procesadas, ya no se discierne lo importante de lo baladí, todo pasa igual y todo muere igual. La capacidad de atención de la persona se satura y pierde sensibilidad ante esta avalancha.
Prestar atención implica tener la habilidad de enfocar un esfuerzo mental en determinada situación, excluyendo las otras al mismo tiempo. Pero si todo se vuelve igualmente relevante, no hay capacidad selectiva; más bien hay ausencia de concentración... y de memoria. Vivimos una vida distraída en una sociedad distraída. Es como si ahora todos en bloque tuvieran TDA.
La falta de concentración es uno de los problemas típicos de la sociedad del siglo XXI. Y la tecnología portátil tiene mucho de responsable (¿quién se resiste a una "notificación" del teléfono móvil?). Mucha tecnología = poca concentración.
La capacidad de poner atención es una habilidad indispensable para el individuo, necesaria para enfocar una cosa, para planificar, para visualizar un futuro probable, y sobre todo, para ejecutar de manera sostenida una acción, un plan, una estrategia. Sin ella, todo pasa al olvido y no se termina nada.
"Las cosas empiezan a suceder cuando estamos concentrados en lo que queremos."
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