lunes, 29 de abril de 2019

Profesores peleados con la innovación




“No hay cosa más ardua de manejar, ni que se lleve a cabo con más peligro, ni cuyo acierto sea más dudoso, que el obrar como jefe para dictar estatutos nuevos, pues tiene por enemigos activísimos a cuantos sacaron provecho de los estatutos antiguos, y aun de los que puedan sacarlo de los recién establecidos, que suelen defenderlos con tibieza suma; tibieza que emana de la desconfianza que los hombres ponen en las innovaciones, por buenas que parezcan, hasta que no hayan pasado por el tamiz de la experiencia sólida.”

Nicolás Maquiavelo, “El Príncipe”.





Como encargado de la innovación educativa de mi campus, entre mis funciones estuvo el impartir cursos de actualización a mis colegas docentes en temas como el nuevo mobiliario en el aula, manejo de los pizarrones digitales, uso de iPads para el aprendizaje, salones para la experimentación didáctica, enfoques didácticos como el aprendizaje combinado o el aprendizaje móvil, entre otros; y no deja de sorprenderme que en cada curso, taller o seminario que imparto hay siempre un profesor peleado con el cambio y enemigo de introducir innovaciones en su forma de dar la clase. Nunca falta un maestro que se escandaliza con las propuestas y hay incluso algunos exagerados que llegan a tomarse estos planteamientos de cambio como una afrenta personal a su forma de docencia.

Mi colega y amiga Genoveva Flores, una humanista entusiasta de las innovaciones en materia de docencia y tecnología educativa, suele referirse a este fenómeno como un “síndrome de Peter Pan académico”: el profesorado se niega a crecer psicológica y profesionalmente porque está convencido de que lo que hace lo hace muy bien así que ¿para qué cambiarlo?, porque de esta manera tiene todo el control del proceso de enseñanza-aprendizaje, lo que lo pone en el centro de la acción haciéndolo el protagonista, pero también porque en el fondo tiene una gran inseguridad hacia lo nuevo que tiene que hacer o aprender (o lo que debe de desaprender) y no se siente capaz.

Las fuentes de oposición de estos profesores son muy variadas, ya que casi cualquier propuesta de cambio suele incomodarlos. No obstante sus quejas pueden agruparse en dos categorías básicas: los métodos didácticos y la tecnología educativa. En el primer rubro, los enfoques que desplazan el papel del maestro en beneficio de una educación centrada en el alumno (Flipped Classroom) o que le dan a la clase un cariz lúdico que rompe con el estricto desarrollo de una cátedra (Gamificación)  son los que más se atacan. En la segunda categoría el enemigo principal es el dispositivo móvil, al que se ve como el gran elemento distractor en lugar de aprovecharlo como una herramienta pedagógica. El uso de aplicaciones educativas, redes sociales o software especializado produce el mismo efecto a pesar del potencial que encierran.

En otras profesiones, como la medicina o la ingeniería, los cambios son frecuentes y sus practicantes buscan conocerlos en cuanto surgen y aplicarlos para estar a la vanguardia, pero en la educación esto ocurre difícilmente y después de un lapso más o menos largo de negociación. El “cambio” –como concepto abstracto de un ideal- es algo que atrae al profesorado, pero pierde su atractivo cuando implica que él cambie.  Peter Drucker, en su Análisis del cambio educativo, dice que los docentes son naturalmente desconfiados de los cambios, que adoptan siempre una postura reservada hacia cualquier innovación porque primero tienen que verla como “necesaria”.

Ahí está el quid de la cuestión.

La necesidad de cambiar es algo que no siempre se percibe claramente desde las aulas, en donde el trabajo suele transcurrir de manera similar, periodo tras periodo con el mismo tipo de alumnado. Pero esto es sólo en apariencia. La ANUIES  ya lo señala en su Documento estratégico para la innovación en la educación superior, donde hace un llamado al profesorado a hacerse sensible a los tiempos que corren y que reconozca los signos que está demandando la educación en este siglo: globalización, uso de las TIC, virtualización, valor estratégico del conocimiento, conectivismo, nuevos actores educativos en el escenario, innovación de los programas académicos y de la práctica docente. Por no hablar del perfil del alumnado el cual ha cambiado drásticamente en los últimos 10 años: cada vez más disperso, constantemente conectado a la web, trabajando a partir de sus intereses o motivaciones y a través de herramientas digitales, prefiriendo los ambientes lúdicos, opinando y negociando constantemente.

¿Cómo es que esas características no se reconocen en el día a día del trabajo en la clase? ¿Por qué esos profesores que tanto reclaman en mis cursos de innovación no están dispuestos a verlo? En el sistema educativo la reticencia al cambio es una característica innata. Por eso Álvaro González Alorda suele decir que poner a hacer innovación educativa a los docentes es tan fácil como poner gatos a desfilar.

A propósito de esta reserva Yolanda Heredia comenta en Innovación educativa a través del uso estratégico de las TIC que aunque se tengan formas probadas para alcanzar las metas académicas siempre podrá encontrarse una mejor forma de hacerlo, una innovación, dando la posibilidad al sistema educativo de evolucionar para mejorar; pero para ello es requisito indispensable que esa mejoría se valore y valide por un conjunto de personas, mientras más amplio, mejor; eso supone que tenga que pasar por una evaluación que la reconozca –precisamente- como necesaria... o como una “experiencia sólida”, según decía Maquiavelo. De ahí que sea tan difícil incorporarla y hacerla duradera.

En este proceso el problema es el tiempo que se toma. En pleno siglo XXI la sociedad modifica sus ritmos vitales con gran dinamismo, impulsando su desarrollo de manera vertiginosa. Nunca antes fue más cierto aquello de que “la única constante es el cambio” que hoy en día y la educación no puede quedarse al margen de este fenómeno. Este contexto exige una creación constante de entornos tecnológicos y enfoques didácticos para mejorar el aprendizaje, trayendo como consecuencia una evolución en los modelos educativos que buscan adaptarse al acelerado ritmo en el que les toca actuar. De ahí que los docentes en todo el mundo necesiten acoplarse rápida y eficientemente a estos estándares cambiantes concibiendo, planeando e implementando acciones educativas en contextos que requieren nuevos enfoques didácticos y el manejo asertivo de las TIC.

Hay profesores que reconocen esta necesidad y buscan poner manos a la obra. Pueden ser pioneros, descubriendo las novedades y abriendo brecha; también pueden ser  innovadores tempranos, los que distinguen el valor de una innovación y la adoptan, siendo ejemplo para una mayoría innovadora que acepta el cambio cuando éste ya ha sido probado y verificado (¿les suena conocido?). Así mismo siempre habrá innovadores rezagados, quienes adoptarán un cambio hasta que se vean forzados a hacerlo, e incluso también existirán los refractarios que nunca adoptarán una innovación porque no reconocerán que haya necesidad de hacerlo. Para estos dos últimos grupos el juego de roles puede traer aparejado un riesgo.

Como solía decir mi antiguo jefe, Juan López Díaz, haciendo un juego de palabras: “O cambias con el cambio, o el cambio te cambia”. O te vas adaptando a las modificaciones que se suceden una tras otra, o ellas terminarán por cambiarte, pero de lugar. Este cambio impetuoso que se está viviendo es como un tsunami que ya llegó a las aulas de todos los niveles académicos y está modificando las formas y los fondos del proceso de aprendizaje.

Por tanto, digo yo, ¿no sería mejor reconocer esta ola y subirse a su cresta para avanzar con ella en lugar de dejar que nos pase por encima y nos revuelque?



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viernes, 26 de abril de 2019

Cognición


¿Conductista o cognitivista?


Video original de Mike Holston

No debería sorprendernos que un chimpancé entienda cómo se usa un dispositivo móvil, después de todo, genéticamente son 99% similares a los humanos y las neuronas son las mismas... por no hablar de todo el estupendo trabajo de usabilidad y diseño que hay detrás de uno de estos dispositivos. 

El comportamiento animal nos demuestra que ellos también tienen procesos cognitivos complejos donde intervienen la memoria, la categorización, la ubicación espacial, el uso de herramientas y el razonamiento para la solución de problemas.

¿Qué tal lejos, qué tan cerca estamos?






jueves, 25 de abril de 2019

El móvil y la clase





En días pasados estuve como observador de un focus group sobre innovación educativa con el que pude confirmar que, sin importar el nivel educativo del que se trate, los docentes –y sobre todo los que ya llevan varios años de carrera- coinciden en ver al dispositivo móvil como el gran enemigo de la clase.
¿Por qué prohibir el móvil? Las razones que argumentan los maestros son muchas, pero pueden resumirse en 3 grandes aspectos: son un distractor de la clase, provocan problemas de conducta y… los maestros no saben usarlos en su beneficio.
¿Prohibir los dispositivos móviles es solución? Yo soy un firme convencido de que no lo es. Lo que más bien hace falta es saber verlo como una herramienta didáctica más y aprender a usarlo a favor de la enseñanza, como ya se hizo en su momento con la regla de cálculo, la calculadora electrónica o la computadora. La tendencia actual muestra un crecimiento y generalización del uso de dispositivos móviles con Internet en todos los aspectos de la vida actual, y la educación no es una excepción. Es una realidad que debemos aceptar y asumir.
He aquí algunos motivos para no prohibir el dispositivo móvil en el aula, presentados recientemente por Lisa Nielsen, la conocida educadora norteamericana famosa por sus trabajos de divulgación en innovación educativa:
- Si estamos preparando a nuestros estudiantes para la vida después de la escuela, debemos permitirles utilizar las herramientas que van a usar cuando lleguen allí. ¿Cuántos puestos de trabajo pueden pensarse en este momento sin el uso de un teléfono inteligente? Quienes están en compras piden componentes o verifican inventarios, los ingenieros verifican planos, los médicos calculan dosis, todo el mundo revisa su correo electrónico desde el teléfono. La lista es interminable. En el momento en que nuestros estudiantes entren en sus profesiones la necesidad de utilizar la tecnología móvil será aún más fuerte. No prepararlos para ese mundo sería negligencia.
- En momentos en que las escuelas enfrentan la restricción de sus presupuestos, usar la tecnología que ya está disponible suena lógico. ¿Cuántas escuelas argumentan la falta de fondos como una razón por la cual no están haciendo más con la tecnología? Se puede rebasar la solución de ese problema mediante el uso de la tecnología que está disponible de forma gratuita y, probablemente, en la mayoría de los bolsillos de los estudiantes.
- Los dispositivos móviles son ideales para la enseñanza de habilidades del siglo 21. Si quieres que los estudiantes aprendan a colaborar, ¿qué mejor herramienta se puede usar que un teléfono? Uno de los principales argumentos contra el uso de teléfonos es que los alumnos pueden hacer trampa. La respuesta es que las pruebas que son tan carentes de rigor que los estudiantes pueden encontrar las respuestas en un teléfono merecen ser consideradas pésimas y anticuadas en un mundo donde la información es fácil y gratuita. Semejantes exámenes no preparan a nuestros estudiantes para el mundo que les espera y ellos lo saben, por eso piensan que la escuela es irrelevante. Las políticas que prohíben los teléfonos celulares porque los estudiantes podrían comunicarse entre sí son miopes. Los estudiantes que trabajan juntos para encontrar soluciones a problemas y retos deberían ser alentados y no etiquetados como “tramposos”. Como a Kevin Honeycutt le gusta decir, "Los estudiantes solían pasarse notas en papel y no por ello se les prohibió el papel”.
- Tenemos que enseñar a nuestros alumnos formas responsables de utilizar la tecnología, dentro y fuera del aula. Prohibir la tecnología para mantenerlos “seguros” es no sólo irresponsable, sino una ceguera: los chicos ya usan los teléfonos móviles de todos modos para comunicarse, pasarse imágenes o participar en las redes sociales, se los prohibamos en la escuela o no. Hay que enseñarles cómo hacer esto, y en qué momentos de la clase, así como a protegerse de los riesgos, los que, por cierto, no van a desaparecer por el hecho de ignorarlos.
Un dispositivo móvil puede ser una gran herramienta educativa: permite comunicarse, encontrar y clasificar la información, formular y articular ideas, compartir métodos y conocimientos, tomar medidas, realizar cálculos o ampliar la capacidad de nuestra memoria, con la ventaja respeto a otros dispositivos de que el acceso a la información se produce de forma flexible en el tiempo y el lugar. Todo esto modela nuestra manera de pensar, de interpretar el mundo y de experimentar con el entorno, y no es posible hablar de formar las competencias digitales que reclama este siglo sin atender a la utilización de la tecnología móvil.









martes, 23 de abril de 2019

Información y capacidad de atención





Me permito reproducir a continuación algunos fragmentos de un artículo de Javier Salas, publicado en la sección de Ciencia de la edición digital del diario El País del 16 de abril de 2019. 

Me interesó porque pone en blanco y negro algo que yo ya había pensado también: que el exceso de información en el que vivimos nos satura y nos resta capacidad de atención hacia los eventos trascendentales de la sociedad y de la cultura.

Uno de los creadores de Twitter, Ev Williams, está convencido de que el actual ritmo de consumo de información está "atontando a todo el mundo". Los medios que ofrecen titulares minuto a minuto, alertas de última hora con una sandez que ha tuiteado un político, la oferta inabarcable de contenidos que solo sirven para explotar nuestras debilidades, notificaciones insaciables demandando nuestra atención... un ecosistema informativo que se acelera, nos atosiga y no nos deja pensar [...] estamos perdiendo capacidad de atención como sociedad. Cada vez tenemos menos tiempo para reflexionar sobre el último libro, la última película, la última noticia, y lo devoramos con avidez para pasar al siguiente plato del menú sin hacer la digestión.

Muchos sociólogos y pensadores han teorizado sobre está aceleración de la conversación pública, que provoca que el debate sea cada vez más fragmentado y superficial. Un libro tarda menos en convertirse en un éxito y cae en el olvido mucho más rápido que hace años. Una película llega antes a cifras récord en taquilla, pero dura menos en cartelera que hace un par de décadas. Una etiqueta de éxito en Twitter se evapora mucho antes que hace un lustro. Un equipo de científicos europeos ha observado todos estos fenómenos: los ciclos colectivos de consumo de contenidos informativos y culturales se están reduciendo y precipitando por una pendiente que reduce la atención colectiva.

"Producir y consumir más contenido da como resultado un acortamiento de la capacidad de atención para temas individuales y ritmos de rotación más altos entre los elementos culturales populares. En otras palabras, la competencia siempre presente por la actualidad y la abundancia de información lleva a comprimir más temas en los mismos intervalos de tiempo como resultado de las limitaciones de la atención colectiva disponible" (Lorenz-Spreen et al., 2019).

Ahogada bajo el tsunami de [los] estímulos, la sociedad cada vez tiene menos neuronas disponibles para analizar lo que consume, recibe y conoce.


¿A qué nos lleva todo esto? A una indigestión de información. Y como en toda indigestión, las cosas terminan por no ser procesadas, ya no se discierne lo importante de lo baladí, todo pasa igual y todo muere igual. La capacidad de atención de la persona se satura y pierde sensibilidad ante esta avalancha. 

Prestar atención implica tener la habilidad de enfocar un esfuerzo mental en determinada situación, excluyendo las otras al mismo tiempo. Pero si todo se vuelve igualmente relevante, no hay capacidad selectiva; más bien hay ausencia de concentración... y de memoria. Vivimos una vida distraída en una sociedad distraída. Es como si ahora todos en bloque tuvieran TDA.

La falta de concentración es uno de los problemas típicos de la sociedad del siglo XXI. Y la tecnología portátil tiene mucho de responsable (¿quién se resiste a una "notificación" del teléfono móvil?). Mucha tecnología = poca concentración.

La capacidad de poner atención es una habilidad indispensable para el individuo, necesaria para enfocar una cosa, para planificar, para visualizar un futuro probable, y sobre todo, para ejecutar de manera sostenida una acción, un plan, una estrategia. Sin ella, todo pasa al olvido y no se termina nada.


"Las cosas empiezan a suceder cuando estamos concentrados en lo que queremos."

martes, 16 de abril de 2019

Tiempo para leer





En ocasiones los que nos dedicamos a la educación sentimos que por las presiones del trabajo cotidiano no tenemos tiempo libre para leer más allá de lo que se requiere para la clase del día. Leer para enterarse de las novedades educativas, para actualizarse en la profesión, para construir la práctica docente o simplemente para liberarse del estrés académico parece un lujo que pocas veces puede uno darse, a no ser que sea fin del periodo escolar o ya de plano en vacaciones.

Pero, ¿de verdad los docentes no tenemos tiempo para la lectura de información/actualización?

Quizá lo parezca porque se piensa que para leer se requiere de mucho tiempo, como cuando estamos en casa y nos tomamos de 30 a 60 minutos felizmente echados en nuestro sillón favorito. Pero en la oficina es distinto, uno siempre está atareado y no se factible dedicarle tanto tiempo. 


Por eso es necesario cambiar el enfoque: la lectura efectiva en el trabajo requiere ser corta pero sustanciosa, tiene que ser una lectura productiva. Podemos hacer una lectura provechosa si lo hacemos en pequeñas partes de 2 a 4 hojas, o si le dedicamos 15 minutos al día o si usamos los intersticios entre tareas a lo largo de la jornada laboral.

¿Cómo? Algunas recomendaciones que he ido descubriendo:

- Antes que nada, hay que hacer de la lectura una prioridad para algún momento del día laboral.

- Deja las redes sociales para más tarde; en el trabajo no está bien visto vivir pegado a Facebook y a Whatsapp.

- Mientras estamos comiendo: si se va solo a la cafetería, un libro o revista son siempre la mejor compañía.

- Teniendo el material a la mano, para aprovechar cualquier instante libre.

- Entre clase y clase, para cambiar el estímulo.

- 15 minutos todas las mañanas al llegar a la oficina como parte del ritual de arrancar el día.

- Lee en el baño, aprovechando la soledad y tranquilidad del lugar (y no lleves tu celular al baño).

- Lee mientras esperas, un docente siempre tiene que esperar para algo.

- Escápate a la sala de maestros una vez por semana para leer 20 min.

- Usa los medios electrónicos (Internet, Kindle) para tener a la mano más material de lectura en menos espacio.

- Mejora tu velocidad de lectura con un cursillo de Youtube o un reto lector de Internet.


"No importa lo ocupado que piensas que estás, debes encontrar tiempo para leer, o entregarte a una ignorancia autoelegida." ~ Confucio.



lunes, 15 de abril de 2019

Nadie creerá el incendio



Incendio de Nôtre Dame de Paris




Salgan signos a la boca 
de lo que el corazón arde, 
que nadie, nadie creerá el incendio 
si el humo no da señales. 


sor Juana Inés de la Cruz

Aprendizaje dirigido


sábado, 13 de abril de 2019

El cuadro mejor vendido*


Las señoritas de Avignon, Pau Picasso


“El artista trabajaba despacio, luchando por llevar a la tela el paisaje vigoroso y trágico de Anáhuac, sumergido en esa luz extraña que todo lo define y todo lo ensombrece.”


Tengo la fortuna de ser distinguido como amigo por un artista plástico mexicano de mucho talento y ya de renombre. Él es un tipazo al que aprecio mucho. Su obra me encanta, toda llena de esos vigorosos colores que sólo los pintores oaxaqueños saben poner en los lienzos.
Cuando él comenzaba como artista tuve la oportunidad de comprarle algunas piezas de su obra. El artista sabe que soy su fan; también sabe de mi gusto por los gatos y los cactus, y como él tiene un lienzo fabuloso con esos temas me contactó para ofrecerme el cuadro, que le he “chuleado” en varias ocasiones y cuyo cromo conservo en mi oficina.
--Te gusta el cuadro, ¿verdad?
--Mucho, sí, ¡bien quisiera tenerlo para adornar mi comedor!
--¿Por qué no me lo compras?
-- ¿Cuánto pides por él?
-- Por ser para ti, que eres cuate, te lo dejo en XXX mil pesos (así, con 3 cifras en miles).
--¿XXX mil?… ¡Imposible, mi amigo! “¡Soy tan pobre!”, le dije recordando el cuento del Dr. Atl, pues nuestra conversación fue casi una cita textual.

Le agradecí la deferencia de pensar en mí para esa belleza, pero no pude menos que señalarle que yo sigo siendo un maestro universitario y que no puedo seguirle el paso a un artista de renombre internacional, a menos que él esté dispuesto a rebajar sustancialmente el costo de su cuadro a cambio de ganar un admirador devoto y agradecido. Pero como el precio ya era “de cuates” (con sus 3 cómodas mensualidades) no hubo oportunidad de discutirlo, ¡una obra de arte no se regatea! Su valor es tanto que, según decía Klein, no se debe pedir dinero, sino oro... Así que allí acabó el asunto.

¿Por qué el arte es tan caro?

¿Qué toma en cuenta un artista para tasar su obra?

Misterio para quienes somos legos en el asunto, que nos dejamos seducir por la belleza arrebatadora de un cuadro o una escultura… y que luego tenemos que dar un paso hacia atrás ante la imposibilidad de adquirirlo. Sólo lo vemos pasar y soñamos con su belleza, como la señora del cuento del Dr. Atl:
“--¿Le gusta? 
--Mucho, sí. ¡Quién pudiera tenerlo! 
--¿Por qué no me lo compra? 
--¿Yo?… ¡Imposible, yo soy tan pobre!“

Así somos muchos de quienes nos acercamos al arte. Y casi ninguno de los artistas se da el lujo de venderlo como hace -un tanto románticamente- el del cuento, que prefiere un precio menor pero una alta apreciación de su obra.

“El artista puso los cinco pesos en el bolsillo, le dio las gracias, y se fue silbando, seguro de que, en aquella casita de adobes grises, su cuadro quedaba más honrado y lleno de gloria que en la galería de arte más famosa del mundo.”

Al parecer, la trayectoria de un artista es la que determina el costo de su obra, más allá del mérito estético (a veces discutible); y en la obra, lo que vale es la firma. Recordemos a Dalí estampando su firma en original en docenas y docenas de reproducciones impresas de un único grabado original.
La cosa debiera ser como dicen que dijo el crítico de arte Hugo Petruschansky: la obra vale lo que se paga, si no hay ningún postor no vale nada. Pero sospecho que el marketing juega un papel importante para incentivar la aparición de esos postores e inclinar la balanza a favor del artista.
Al fin y al cabo, los pintores también tienen que comer, pagar sus cuentas, las colegiaturas de sus hijos... y un prestigio que acrecentar en los circuitos del arte. Por no hablar de la inversión que tienen que realizar en lienzos, pintura, pinceles, bastidores, enmarcado, fotografía, catalogación, impresión… pero sobre todo, por las largas horas de trabajo creativo invertidas en una obra.
Los artistas, como todos los especialistas que viven de su intelecto y/o de su inspiración, cobran por lo que saben, no por lo que hacen.

* El cuadro mejor vendido (1936), Gerardo Murillo, Dr. Atl.


viernes, 5 de abril de 2019

Un mundo feliz




No había caído a la cuenta en qué tanto Facebook se ha convertido en El Mundo Feliz de Huxley y en la Matrix de Neo.

En Facebook la gente es desenfadada, saludable, come rico, hace deporte, ama mucho, comparte belleza, usa tecnología digital avanzada; la vida -su vida- es un goce ilimitado… y la envidia de sus seguidores. Se vive una ilusión virtual y colectiva de felicidad. La denuncia de la guerra, la pobreza, la crueldad, el hambre, la injusticia, la explotación animal han sido erradicados de un feroz tecladazo de “Delete”. Tampoco corre mejor suerte la crítica intelectual o el periodismo de investigación. Aquí todos son felices y todos velan porque así siga siendo, sin que nada perturbe tanta dicha. Ver hacia fuera no es recomendable.

La censura existe en Facebook, tanto de parte de los administradores de la plataforma como de las buenas almas que buscan “proteger” a la comunidad. En el primer caso, los algoritmos que manejan los contenidos luchan contra los posteos hostiles y de odio digital (y ahora también con los asesinatos y suicidios cometidos en vivo y en directo con la opción del video streaming), haciendo que cierto tipo de información sea más visible, en detrimento de otra que queda más oculta, cuando no directamente vetada por juzgarse “inapropiada”, como ocurrió, por ejemplo, con los que quisieron denunciar la matanza de focas por parte de los pescadores canadienses, el ataque con gas tóxico en Siria o los migrantes africanos ahogados, que fueron suprimidos inmediatamente. Pero también se llega a ridículos como el que le ocurrió al museo parisino de pintura del Jeu de Paume, que le cancelaron su cuenta por mostrar el cuadro de una mujer desnuda, o al Museo de Historia Natural de Viena por mostrar los pétreos pezones de la Venus de Willendorf. Evidentemente, la tarea de distinguir entre la libertad de expresión, el arte y las publicaciones consideradas inapropiadas u ofensivas es compleja; problemas de la globalización.




Pero “las buenas conciencias” de la red también tienen su parte. Velan porque se publique lo correcto, lo bonito. Los usuarios de Facebook son reacios a aceptar puntos de vista discrepantes a los suyos y prefieren interactuar con quienes les demuestran su acuerdo, no con quienes los confrontan o contradicen. Es preferible tomar un “soma” de gatitos a ver cómo maltratan a unos terneros camino del rastro.

Es mejor hablar de lo que gana muchos likes que perder “amigos”.

Resulta contradictorio descubrir que un medio concebido para la expresión libre y el debate se esté convirtiendo en un espacio donde los usuarios mismos censuran ciertos temas, ciertas imágenes, o rechazan hablar de cuestiones que consideran incómodas o políticamente incorrectas. Así, el opinar en contra del trabajo escénico de un actor afamado, aplaudir la idea de tener un vuelo de avión libre de niños, condenar los destrozos de una marcha feminista o denunciar el abuso animal de un afamado chef levanta instantáneamente oleadas de reclamos por insensibilidad e incorrección. Facebook no es sitio para compartir información de lo que no es bien visto por la sociedad de usuarios que busca sumergirse en su Matrix para evadir el crudo “allá afuera”.

La peor parte llega cuando uno mismo decide no hacer una publicación, la autocensura por el miedo (o al menos la incomodidad) de saber que lo que se dice va a fastidiar a alguien y a levantar reclamos. ¿Qué está pasando en las redes sociales cuando una persona decide no hacer pública su opinión porque podría resultar políticamente incorrecta? De nuevo aparece el “barniz de lo correcto” que debilita la libertad de expresión y la diversidad de opinión.

Como bien señala Diego Rivera, director de estrategia y creatividad de la agencia española Best!: ¿En qué momento decidimos que toda opinión, comentario o comunicación hecha pública debía ser del agrado de todos? No podemos gustar a todo el mundo; y eso no es malo. Debemos reservarnos el derecho a la discrepancia; y eso es esencial.

Wake up Neo
The Matrix has you…

El periodista español Daze dice que las redes sociales se han adentrado con paso firme  en el mundo de lo efímero y lo cómodo. De manera similar al mundo que crea Huxley, para asegurar la felicidad en Facebook, a sus integrantes se les manipula, su libertad de elección y de expresión se reduce y se “desincentiva” el ejercicio intelectual que señala y critica.

Pero como dice el Sr. Salvaje de “Un mundo feliz”:
— Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero un dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
— En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
— Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono de reto—. Reclamo el derecho a ser desgraciado.

Si la participación en Facebook implica sólo la vía de la felicidad aséptica, yo también reclamo el derecho a ser desgraciado.