19 de septiembre de 2025

Todas nuestras madres


Cierra los ojos; descálzate. La tenue luz rojiza del sol resplandece más allá de tus párpados [...] Algo tibio roza tu brazo mientras una mano sujeta la tuya; de alguna manera sabes quién es. Abres los ojos y, bajo un cielo a la vez brillante de sol y pintado de estrellas, tu madre está ante ti [...] Se escucha el sonido leve de unas pisadas y otra mujer se acerca: tu abuela materna. Quizá hablaste con ella la semana pasada, o hace veinte años, o tal vez solo la conocías por fotografías borrosas. Ella une su mano a la de tu madre y después gira la cabeza; por detrás una fila de mujeres unidas por las manos y las miradas se extiende por una llanura infinita.

Tus ojos pierden la cuenta, pero las sientes por centenares, por miles. Los rostos se desdibujan en la distancia, a pesar de que reconoces, de alguna manera, las curvas de las mejillas, los rizos del cabello o el movimiento de la cadera. Más allá la cadena continua hasta fundirse con el horizonte y alzas la mirada hasta la lactea espuma de lo alto [...] Después sientes como si un rayo pasara por 40,000 manos: ciclos infinitos de amor y de pérdida palpitando a través de pechos y huesos durante 500,000 años hasta llegar a tu sangre, a tu corazón. Te mareas, pero la mano de tu madre te sostiene y solo entonces, con ojos parpadeantes, lo entiendes. Desde esta cadena única de linaje materno se extiende una inmensa tracería humana que se entrelaza en los confines del tiempo. Todas están aquí. Siempre han estado aquí.

Somos el legado corporeo de todas nuestras madres.

— Rebecca Wragg Sykes, Neandertales.

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