19 de septiembre de 2025

No ofender a los imbéciles

Comparto esta atinada reflexión que le leí a Erika (ExploreCosmos_), una astrofísica canadiense que publica contenidos de astronomía en X-Twitter:


Vivimos en un tiempo extraño. La palabra se ha vuelto frágil, no porque carezca de fuerza, sino porque se mide constantemente con la vara del agravio. El pensamiento libre, el cuestionamiento, la duda, parecen peligros mayores que la ignorancia misma. Y entonces, como advertía Dostoyevski, se castiga al que piensa, no porque mienta, sino porque incomoda.

Es un síntoma de decadencia: cuando la sociedad prefiere la calma de la mediocridad al vértigo de la verdad. Se protege al necio para que no se sienta herido, y en ese gesto se mutila al lúcido, como si la inteligencia fuera un crimen contra la paz superficial.

Nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de ruido, pero tememos el eco de una idea clara. Es más sencillo exigir silencio que enfrentarse al espejo que nos devuelve la palabra honesta. Así, poco a poco, vamos cediendo, entregando terreno a la comodidad, hasta que lo que queda es una sociedad dócil, incapaz de pensar sin pedir permiso.

Y quizá lo más inquietante es que muchos ya lo aceptan. Porque pensar duele, y el dolor es lo primero que el ser humano busca evitar. Pero sin pensamiento, sin la fricción de la diferencia, sin la valentía de incomodar, lo único que nos queda es un vacío disfrazado de paz. Una paz hueca, construida sobre el silencio de lo esencial.

Y así, el ruido lo hacen los que menos tienen que decir.

"La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles".

— Fiodor Dostoyevski.


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