La respuesta literal de uno de los equipos fue “sobornar al guardia para que nos lo entregue”. Al estar calificando las hojas de respuesta y ver esto, el alma se me fue a los pies; taché la respuesta, le puse una nota de que ese tipo de actos van en contra de lo que se promueve como formación en valores en la institución y penalicé toda la tarea con el 50% de la calificación.
Al devolver las tareas calificadas, la respuesta indignada del alumno que propuso el acto mencionado no se hizo esperar. Al final de la clase se me acercó para reclamar la penalización y defender su propuesta. Nos enganchamos en una discusión en la que ningún argumento ético ni ningún llamado a la honestidad pudo contra la idea firmemente asentada en la mente del alumno de que aquella propuesta era “creativa”, que no incumplía con las instrucciones del planteamiento del problema y -quizá lo peor- que “no había ningún problema en darle una propina a alguien porque le hiciera un servicio”. Allí no había soborno sino el pago de un servicio.
Confieso que el asunto me dejó preocupado. ¿Qué hace que un alumno defienda tan acaloradamente su derecho a proponer un acto de soborno, calificándolo de creativo, para poder alcanzar sus fines? ¿Por qué no ve problema en ello? Y eso que a esas alturas, octavo semestre de ingeniería, ya ha cursados sus dos asignaturas de ética y en nuestra clase ya revisamos el tema de ética en el diseño.
Esta situación nos regresa al viejo dilema de si los profesores de verdad podemos formar en valores o sólo podemos promoverlos, habida cuenta que al llegar al nivel universitario esto ya es muy difícil… ¿Cómo podemos incentivar de forma racional la construcción de una escala de valores positivos en honestidad, integridad, respeto si, en realidad, cuando el alumno llega a nuestras manos ya viene con una escala propia elaborada antes?
Algo dejamos de hacer bien con este chico en algún momento de su educación y la responsabilidad es de todos quienes lo rodeamos y hemos contribuido de alguna manera a su formación, buena o fallida: padres, profesores -entre los que me cuento-, familia extendida, grupo social. Para poder transmitir con éxito valores positivos hay que poseerlos primero... alguien aquí no hizo su chamba.
Así, a los docentes universitarios comprometidos con la promoción de valores nos toca hacer doble trabajo, pues además de reforzar e interiorizar ciertas conductas éticas también tenemos que corregir otras que no lo son y que cuesta mucho desarraigar. Gajes del oficio.
Los valores están íntimamente vinculados a la idea que las personas tienen de sí mismas y de su sociedad, y ésta, como dice Malcom Gladwell, es el determinante cultural que define la manera como somos y nos comportamos. La dificultad para la labor del docente está en que últimamente dicha componente sociocultural, francamente, no ayuda mucho, basta con ver un noticiero para darse cuenta.
¿Es una batalla perdida de antemano? Espero que no…
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