jueves, 21 de enero de 2010

Silencios tóxicos

Estaba leyendo el post de Mónica Díaz en su blog de Quidam “Tu silencio puede ser tóxico” (http://www.e-quidam.com/elblog/?p=331) en el que habla de cuando los jefes dejan de dar retroalimentación a los colaboradores que están por debajo del nivel esperado, que no muestran capacidad de adaptación o que, simplemente –como ella dice- “no están dando el ancho”. Colaboradores que, por lo mismo, no se enteran oportunamente de que las cosas van mal… o qué tan mal, y un buen día se encuentran abruptamente “de patitas en la calle” preguntándose qué sucedió, por qué no se le previno y volcando su odio hacia la organización y su villano… el ex-jefe.

El post es sobre liderazgo empresarial, pero le viene como anillo al dedo al trabajo del profesor en su clase. Al fin de cuentas, también el profesor es un líder. Si cambias las palabras “jefe” por “maestro” y “colaborador” por “alumno” la situación se vuelve la misma.

¿Cuántas veces los profesores no damos una advertencia o comentario al alumno porque lo vemos “caso perdido”? ¿Por qué no lo hicimos ANTES de que lo fuera? Alumnos que no son conscientes de qué tan bien o mal va su situación en una materia y, al final del periodo académico, se enteran de que están reprobados y no hay nada que hacer. El silencio desgasta la relación maestro-alumno y al final daña la posibilidad de construir un equipo de trabajo exitoso dentro del salón de clase.

La solución, por supuesto, es dar retroalimentación constante sobre el aprovechamiento académico del alumno en todo momento, de manera concreta, abierta y honesta. Es la responsabilidad del profesor al estar al frente de un grupo… y un rasgo de buen liderazgo. Si no se asume “al final el silencio puede ser tóxico también para él”.

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