Hoy
finalmente presenté el examen de grado de la maestría en Tecnología Educativa y
no sólo lo aprobé por unanimidad, sino que se me otorgó una felicitación
especial del jurado por la calidad de la investigación.
Me
siento satisfecho y liberado, con ese alivio que se siente al quitarse unos
zapatos que te aprietan muchísimo y ya te dejaron ampollas. Fue un periodo
difícil que me sacó de mi espacio de confort ingenieril y me obligó a ver otros
horizontes, que ahora son más amplios, y aunque la última parte del camino -la
de la tesis- fue francamente penosa (por no decir penuda, que como adjetivo le
va mejor), la balanza se inclina a favor de lo que gané que de lo que perdí o
dejé en el camino.
Aprendizajes
me llevo muchos: técnicos, académicos, prácticos, de habilidades, de actitudes; pero también de ejemplos de un modelo de docencia frío, meramente atento a la cuestión procedimental
y con muy poco toque humano, que espero tener siempre presente para no reproducir
en mi propia práctica educativa. La calidad y la calidez no
tienen que ser mutuamente excluyentes.
Con
todo, lo bueno y lo malo, quedo profundamente agradecido; en especial para con
el TEC-CEM quien nuevamente tuvo fe en mí y me otorgó por segunda vez en mi
vida una beca para la realización de estos estudios que, a partir de hoy, se le
regresan a través de mi trabajo docente en sus aulas.
Se
cierra un ciclo más. Llegó el tiempo de dar gracias, llegó el tiempo de celebrar.
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